viernes, 29 de febrero de 2008
posted by Zabala at 17:32 | Permalink
Mi casa.
Vivo en un piso alquilado del barrio madrileño de Prospe, compartiendo piso con tres personas que, muy a mi pesar, no hubieran sido escogidas por mí ni en la más desesperada de las selecciones. Yo habito en el cuarto del fondo que ni siendo ni el más grande ni el más chico cuenta con un pequeño balcón que me funciona de desahogo, no es lo suficientemente alto como para que pueda tirar mi melena y pedir a una princesa que venga a rescatarme, pero me acerca un poco más al cielo.
En la habitación de al lado ronca por las noches y desaparece por el día un hombre cuarentón huraño y extraño que no sé a lo que se dedica. Me lo cruzo por el pasillo o camino al baño y si no fuera porque en mi casa nada hay que tenga valor ya le hubiera tomado por ladrón. No hace mucho me dirigió la palabra de modo que pude escuchar su voz de barítono desgastado:
- Ese cartón de leche es mío - dijo sin más. Bien sabía yo que no era cierto pero quién quiere discutir con un extraño a primera hora de la mañana. Se llama José Luis, le gusta la música cubana y pone una colada una vez cada dos semanas. Es todo lo que sé de él.
En la grande duerme una muchachita joven venida de las argentinas que disfruta de soltar su lengua casi tanto como de abrir las piernas. Cuando alguien nuevo llega a este piso es ella la encargada de dar la bienvenida en su más amplio sentido para después ir manteniendo la cordialidad quizás un par de noches a la semana. En mi cama se cuela cuando quiere y como quiere y yo, que jamás he despreciado un hermoso conjunto de curvas la dejo hacer y deshacer a su antojo. En su fugaz sexualidad ni hay preguntas ni peticiones tan sólo un deseo demasiado vivo que la arrastra y la define. Su vida está marcada por su cuerpo, los hombres que han tocado sus acordes son tan numerosos que bien podrían componer una armoniosa orquesta aunque ella tan sólo es capaz de escuchar la música de un españolito que la usa a su antojo. Aún así es una mujer alegre y cantarina, demasiado carnal incluso para sí misma, pero dotada de esa inconsciencia tan radical que a la vez que la pierde la mantiene protegida de las cotidianidades más hostiles.
El de la habitación sin ventana es Oleg, un ruso llegado el mismo día que yo que anda enamorado de Edit, sí, la bailarina argentina. Dice estar aprendiendo español pero lo único que sabe son cuatro palabras guarras que su musa le regala en la cama. Es un chico alegre que tiene una sonrisa de niño y en los ojos un pedazo de mar. Ordenado y metódico hasta lo enfermizo cuando encuentra una canción que le gusta se obliga a escucharla como máximo tres veces por semana, para no cansarse de ella demasiado pronto. De su libro lee un número de páginas determinadas por día, ni una más ni una menos, y siempre hace la lavadora con las mismas prendas en cada lavado porque, según su teoría, los colores y texturas son muy similares. Habla inglés, francés e italiano y aunque lleva poco tiempo en España se ha apuntado a clases de flamenco con la intención de convertirse en el próximo Antonio Canales, ni más ni menos. Es, con diferencia, con el que mejor me llevo de la casa en una relación cordial con alguna que otra charla en la cocina, eso sí, usando las manos, mi escaso inglés y algún que otro dibujo en un papel.
Por supuesto que espero no pasar demasiado tiempo en este lugar, aunque estaré el que sea necesario. Tengo intenciones de progresar un poco para hacer algo interesante con mi vida, ya sabéis, dotarla de un sentido algo más amplio que el de víctima o espectador. Pero de momento es lo que hay, estoy empezando de cero, y eso ya es bastante, porque hace no tanto andaba en números negativos. Lo mejor de tocar fondo es que todo el camino que queda es hacia arriba.
Y este es un poco más de mi mundo, para que nos vayamos conociendo.
En la habitación de al lado ronca por las noches y desaparece por el día un hombre cuarentón huraño y extraño que no sé a lo que se dedica. Me lo cruzo por el pasillo o camino al baño y si no fuera porque en mi casa nada hay que tenga valor ya le hubiera tomado por ladrón. No hace mucho me dirigió la palabra de modo que pude escuchar su voz de barítono desgastado:
- Ese cartón de leche es mío - dijo sin más. Bien sabía yo que no era cierto pero quién quiere discutir con un extraño a primera hora de la mañana. Se llama José Luis, le gusta la música cubana y pone una colada una vez cada dos semanas. Es todo lo que sé de él.
En la grande duerme una muchachita joven venida de las argentinas que disfruta de soltar su lengua casi tanto como de abrir las piernas. Cuando alguien nuevo llega a este piso es ella la encargada de dar la bienvenida en su más amplio sentido para después ir manteniendo la cordialidad quizás un par de noches a la semana. En mi cama se cuela cuando quiere y como quiere y yo, que jamás he despreciado un hermoso conjunto de curvas la dejo hacer y deshacer a su antojo. En su fugaz sexualidad ni hay preguntas ni peticiones tan sólo un deseo demasiado vivo que la arrastra y la define. Su vida está marcada por su cuerpo, los hombres que han tocado sus acordes son tan numerosos que bien podrían componer una armoniosa orquesta aunque ella tan sólo es capaz de escuchar la música de un españolito que la usa a su antojo. Aún así es una mujer alegre y cantarina, demasiado carnal incluso para sí misma, pero dotada de esa inconsciencia tan radical que a la vez que la pierde la mantiene protegida de las cotidianidades más hostiles.
El de la habitación sin ventana es Oleg, un ruso llegado el mismo día que yo que anda enamorado de Edit, sí, la bailarina argentina. Dice estar aprendiendo español pero lo único que sabe son cuatro palabras guarras que su musa le regala en la cama. Es un chico alegre que tiene una sonrisa de niño y en los ojos un pedazo de mar. Ordenado y metódico hasta lo enfermizo cuando encuentra una canción que le gusta se obliga a escucharla como máximo tres veces por semana, para no cansarse de ella demasiado pronto. De su libro lee un número de páginas determinadas por día, ni una más ni una menos, y siempre hace la lavadora con las mismas prendas en cada lavado porque, según su teoría, los colores y texturas son muy similares. Habla inglés, francés e italiano y aunque lleva poco tiempo en España se ha apuntado a clases de flamenco con la intención de convertirse en el próximo Antonio Canales, ni más ni menos. Es, con diferencia, con el que mejor me llevo de la casa en una relación cordial con alguna que otra charla en la cocina, eso sí, usando las manos, mi escaso inglés y algún que otro dibujo en un papel.
Por supuesto que espero no pasar demasiado tiempo en este lugar, aunque estaré el que sea necesario. Tengo intenciones de progresar un poco para hacer algo interesante con mi vida, ya sabéis, dotarla de un sentido algo más amplio que el de víctima o espectador. Pero de momento es lo que hay, estoy empezando de cero, y eso ya es bastante, porque hace no tanto andaba en números negativos. Lo mejor de tocar fondo es que todo el camino que queda es hacia arriba.
Y este es un poco más de mi mundo, para que nos vayamos conociendo.